ENCUENTRA LA CIENCIA UNA
FORMA DE EXPLIAR EL
EFECTO POSITIVO DE LA MUSICA
EN EL CEREBRO
Investigadores
del Hospital Houston Methodist y la Universidad Rice cuantifican la influencia
que tiene la música en el cerebro.
Según
los historiadores, la música ha sido parte fundamental de todas las culturas.
Probablemente empezó como canto oral, seguido de sonidos como aplausos o el
golpeteo de pies. La canción más antigua conocida es un himno hurrita (lo que
hoy es Siria), compuesto entre los años 1450 y 1200 a.C..
Instrumentos
como arpas y flautas empezaron a aparecer alrededor del año 4000 a.C. en la
sociedad egipcia. La música tuvo un papel importante en las culturas de la
antigua Roma, África y el mundo árabe, y los griegos la relacionaban con las
matemáticas y el conocimiento. También ha tenido presencia tanto en ceremonias
religiosas como en escenarios de guerra.
Esta
forma de expresión humana, presente en todas las culturas, desde hace mucho
tiempo se ha asociado con capacidades curativas. Ahora, un equipo de
investigadores del Hospital Houston Methodist y la Universidad Rice logró
demostrar científicamente que esa creencia tiene fundamentos reales.
Al
comprender mejor los diferentes patrones de activación cerebral ante estímulos
no farmacológicos, como la música o el lenguaje, los profesionales de la salud
pueden aprovechar ese potencial en terapias, procesos de rehabilitación y
mejoras del rendimiento humano.
El
estudio, titulado “Music to My Ears (Música para mis oídos), formó parte de una
investigación clínica más amplia sobre el efecto de la música en la
recuperación de pacientes con eventos cerebrovasculares, desarrollada en el
Centro de Medicina de las Artes Escénicas del Hospital Houston Methodist.
Se
realizaron imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI, por sus siglas en
inglés) en participantes sanos mientras escuchaban música que ellos mismos
eligieron —y con la que tenían un apego emocional positivo—, además de música
culturalmente familiar (de J.S. Bach), además de música culturalmente
desconocida (música cortesana Gagaku del Japón medieval) y fragmentos de
discursos. Se observó un contraste notable en las redes cerebrales completas
ante los distintos tipos de piezas auditivas, especialmente en el caso de la
música desconocida.
REACCION A LOS SONIDOS
El
estudio mostró que hubo diferencias claras entre las redes cerebrales
(comunidades) de los participantes cuando escuchaban diferentes tipos de
sonidos, particularmente entre música conocida y desconocida. Las propiedades
de red que se analizaron fueron la modularidad, y qué tanto interactúan
distintas regiones del cerebro en comunidades; así como la flexibilidad y la
velocidad con la que esas regiones cambian de comunidad.
Durante
la resonancia magnética funcional, realizada en el Centro de Imagenología
Traslacional del Hospital Houston Methodist, los participantes escucharon
música que ellos eligieron por tener una conexión emocional positiva. También
escucharon música conocida como la de Johann Sebastian Bach, música
culturalmente lejana como el Gagaku japonés, y fragmentos de discursos
públicos.
En
las pistas elegidas por los participantes y en las de Bach —representando
distintos niveles de familiaridad—, las redes cerebrales completas mostraron
modularidad que se coordinaba significativamente con la flexibilidad.
Pero
cuando se reprodujo la música Gagaku, con sonidos extraños para los oyentes,
esa coordinación entre modularidad y flexibilidad casi desapareció. Aunque la
flexibilidad del córtex auditivo fue similar durante toda la escucha musical,
se volvió más flexible al responder a la pieza Gagaku.
“Llevándolo
a un nivel más abstracto, existe un vínculo emocional positivo con la música en
el cerebro. Cada vez que intentas acceder a tus recuerdos, estos están ligados
a las emociones. Es como cuando usas los músculos y se llenan de sangre
oxigenada. La idea fue hacer que los participantes escucharan diferentes
géneros de música y medir cómo respondía el cerebro, como si fuera un músculo”,
explica el profesor en investigación del Hospital Houston Methodist Dr.
Christof Karmonik.
Los
resultados sugieren que las medidas de modularidad y flexibilidad en la
actividad cerebral completa podrían ofrecer nuevas perspectivas sobre las
funciones neuronales complejas que se activan cuando percibimos música.
“Yo
decía: ‘Estoy cuantificando algo que antes no podía explicar’”, añade el Dr.
Karmonik.
“Llevamos
a cabo varios estudios para responder una gran pregunta: ¿cómo podemos entender
mejor el impacto del estímulo musical en el cerebro y si podemos aprovechar ese
impacto para alcanzar objetivos clínicos, médicos, de salud o incluso de
rendimiento humano?”, señala Todd Frazier, director del Centro de Medicina de
las Artes Escénicas del Hospital Houston Methodist.
INVESTIGACIONES FUNDSMENTALES
El
director Frazier explica que la mayoría de los estudios que ha realizado el
equipo han sido investigaciones fundamentales, con el fin de comprender mejor
el potencial de la música dentro del campo de la salud.
“Todos
hemos escuchado música que nunca habíamos oído antes —ya sea una canción nueva
o música de culturas distintas, completamente ajenas a nuestros oídos—. Y
también existe la música que nos gusta y la que no. Pero, ¿qué pasa en el
cerebro una vez que alguien forma una opinión sobre una pieza musical? Eran
preguntas que queríamos explorar más a fondo”, añade el director Frazier. “En
mi caso, observamos cómo reaccionaba mi cerebro al escuchar una canción con la
que tengo un vínculo emocional muy fuerte —me recuerda a mis abuelos—. Notamos
que esa pieza activó más las zonas del cerebro relacionadas con las emociones y
la memoria. Luego hicimos el mismo ejercicio con música desconocida, y en ese
caso vimos que se activaban más las áreas relacionadas con la atención
focalizada”.
Los
hallazgos iniciales fueron tan reveladores que el estudio se amplió para
incluir a hombres y mujeres de distintas edades y culturas. También se
utilizaron distintos tipos de estímulos: lenguaje conocido y repetido, así como
lenguas extranjeras nunca antes escuchadas, además de música familiar y no
familiar de culturas vivas y extintas. El equipo descubrió que los patrones de
activación cerebral eran bastante similares entre participantes, y se
preguntaron si alguien en proceso de recuperación de una lesión cerebral podría
beneficiarse mediante ejercicios de escucha diseñados para estimular áreas
específicas del cerebro. Así fue como comenzaron a ofrecer sesiones de escucha
personalizadas para pacientes con eventos cerebrovasculares en el Hospital
Houston Methodist.
Los
pacientes escuchaban música tres veces al día durante sesiones de 20 minutos,
por un periodo de 90 días, y se les pedía enfocarse en una escucha activa.
Descubrimos que, después de esos 90 días, la conectividad cerebral en estado de
reposo se fortalecía más con la música que con la escucha de audiolibros. Los
resultados demuestran el potencial que tiene la música para apoyar la
recuperación de pacientes.
“Creamos
un perfil musical individual para cada paciente y los ejercicios de escucha
alternaban entre música emocionalmente familiar y no familiar. Durante cada
sesión —de aproximadamente 20 a 25 minutos—, el cerebro del paciente iba de una
pieza a otra con la intención de aumentar la oxigenación en diferentes zonas
cerebrales que pudieran ayudar en su recuperación. Diseñamos un régimen de
escucha que, sentimos, era una intervención suficientemente significativa como
para tener un impacto real”, detalla el director Frazier.

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