EL ALEGRE FRAUDE DE LOS PRODUCTOS COSMETICOS
*Los mejores cosméticos cuestan unos cuantos dólares y se compran en el
supermercado
Mucho maquillaje y buenos programas de edición de imágenes, ese es el
verdadero elíxir de la juventud. Si alguien te promete el elixir de la eterna juventud
por un precio que parece razonable, ¿lo comprarías? ¿No?
Claro, solo si padecemos una credulidad infinita sabemos que tales pócimas
no existen. Y sin embargo, millones de personas totalmente racionales caen en
esa trampa, cada día.
¿Cómo? En el departamento de cosméticos, cuando compran una de esas
increíbles cremas contra el envejecimiento.
Pero, ¿quién no desea llegar a los 40 con la piel tersa de una
superestrella de cine?
Es posible, si creemos a la industria de los productos de belleza y su
maquinaria de publicidad. Además, en no pocos anuncios explican las cualidades
de este o aquel componente, cuya eficacia ha sido comprobada por dermatólogos.
¡La ciencia al servicio de la cosmetología!
Pues hay una mala noticia y una buena. Primera, los potingues milagrosos
solo actúan en el reino del embuste. La lozanía de las celebridades demuestra
un excelente trabajo de fotografía y edición de imágenes, no la efectividad de
la sustancia equis.
La magia no emerge como conejo del bote de crema, sino del ordenador de un
profesional de la publicidad. Y segunda, la buena nueva, los mejores cosméticos
del mundo no cuestan una fortuna, sino unos pocos dólares y se compran en el
supermercado.
VICTIMAS DE LA VANIDAD
No es un juego de aficionados. Solo en Estados Unidos la industria de la
belleza gastó cerca de 3 mil 600 millones de dólares en publicidad en 2013, un
año en el que las compañías recibieron ingresos por más de 56 mil millones de
dólares.
Esta última cifra representa alrededor de la sexta parte del valor mundial
del sector.
Ninguna crema produce el milagro que el marketing de la industria cosmética
vende a los consumidores. Las empresas de cosméticos conocen a su clientela tanto como la almohada,
el confesor y el psicoanalista.
En las vastas regiones del planeta donde se ha desplegado el modo de vida
occidental, las personas se preocupan cada día más por su apariencia, por lucir
jóvenes, eternamente.
¿Vanidad? Sin dudas, aunque también existen personas obligadas a usar
determinado cosmético por razones de salud.
Por otra parte, el mercado de trabajo prefiere a los profesionales de
apariencia joven y saludable. Resulta fácil explotar esa ansiedad por exhibir
el mejor semblante.
Por otra parte, el marketing de cosméticos contrata casi siempre a las
celebridades de turno: Keira Knightley (Chanel), Kendall Jenner (Estée Lauder),
Jennifer Lawrence (Dior), Katy Perry (Covergirl), Jennifer Aniston (Aveeno).
Todas con sus millones de seguidoras en el mundo, empeñadas en transformar
la apariencia que la naturaleza les dio en una imagen de portada de revista,
retocada por un programa informático.
Y esta es una de las claves del precio exorbitante de las marcas
reconocidas. Actrices y modelos no posan como voluntarias, sino por jugosos
contratos de acuerdo con su fama.
Las campañas de mercadeo consumen millones de dólares, que luego se
traducen en precios Premium. Cuando pagamos un cosmético de una marca reputada,
no solo cubrimos el costo de los componentes químicos, sino también el gasto en
generar una ilusión.
Un experimento realizado por la Organización de consumidores y usuarios de
España demostró recientemente que la mejor crema antiarrugas disponible apenas
costaba tres euros.
Ese grupo analizó el efecto sobre 995 mujeres de 14 cosméticos similares,
de distintas marcas, durante un mes.
Las mejores cremas no cuestan una fortuna, ni prometen la belleza irreal de
las celebridades.
LA PSEUDOCIENCIA DE LA BELLEZA INSTANTANEA
La química, la bioquímica y todas sus primas esdrújulas no gozan de
demasiada popularidad entre el común de los mortales.
Hagamos una prueba rápida: ¿qué es el propilparabeno? Si no utilizamos un
motor de búsqueda en Internet difícilmente encontraremos la respuesta, salvo si
estudiamos un profesión heredera de la alquimia.
¿Y qué decir de las fragancias, ftalatos, dietanolaminas y el dióxido de
titanio? Todas sustancias sospechosas de provocar daños a la salud humana,
aunque las investigaciones aún no hayan dado un veredicto.
Si hacemos un breve recorrido por los cosméticos almacenados en casa
encontraremos frases como “piel atemporal”, “vigoriza la piel y los sentidos”,
“sensación ligera”, que en rigor no significan nada, pues ninguna ofrece más
detalles.
Otras se refieren a determinado componente: proteínas de colágeno, sin
aluminio, sin fragancia, aceite de argán de Marruecos o términos de ciencia ficción
tipo Flat Iron Perfector. ¡oh, impresionante! Y si quedan dudas, “probado
dermatológicamente”.
Nuestra ignorancia ofrece una enorme ventaja a la industria cosmética
porque, para colmo, la comunidad científica tampoco dedica esfuerzos notables a
estudiar los efectos reales de los cosméticos.
La cuasi indiferencia de los verdaderos expertos deja el campo libre a la
riada de artículos, presuntamente especializados, que publican las revistas
“femeninas” y cualquier otro sitio dedicado al tema. No faltan los dermatólogos
contratados para hacer el elogio de un producto o los testimonios de quienes lo
probaron.
Y que nos engañen, en fin, no sería tan grave, acostumbrados como estamos a
las mentiras de los políticos, las aseguradoras, los bancos; pero las compañías
del sector se valen con frecuencia de atajos para evadir las regulaciones y
utilizar sustancias nocivas para la salud humana o, al menos, sospechosas de
provocar daños.
Así ocurre en Estados Unidos, donde los productos cosméticos habituales jabones,
limpiadores, champús, cremas, desodorantes y perfumes circulan al margen del
escrutinio de la Agencia de Alimentos y Medicamentos (FDA).
Esa desregulación podría cambiar pronto si el Congreso aprueba la Personal
Care Product Safety Act, una ley propuesta por las senadoras Dianne Feinstein y
Susan Collins.
La enmienda obligaría a la FDA a examinar cada año cinco de los compuestos
químicos usados en los productos de belleza. Uno de los primeros en la lista
sería ¡el propilparabeno!
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